Acabo de cerrar «Germánico» y todavía estoy bajo su aura. Valerio Massimo Manfredi vuelve a hacer lo que sabe: llevarnos al corazón de Roma con una historia profunda y con mucho de humana. Esta vez, el protagonista es Germánico Julio César, general admirado, esposo de Agripina la Mayor y padre del pequeño Calígula. Una figura noble y carismática, cuyo destino se entrelaza con el poder, la traición… y la tragedia.

La historia nos llega a través de Quinto Sergio Sabino, centurión veterano y leal hasta la médula. Gracias a su narración, no solo conocemos el amor que desde jovenes unió a Germánico y a Agripina, también los anhelos de ser la cabeza visible del Imperio Romano, sueño que Augusto rompió en miles de pedazos cuando al morir deja como heredero a su hijastro Tiberio y, como no, las campañas de Germánico en Germania para vengar lo ocurrido años antes en el bosque de Teutoburgo y, por último, también los entresijos humanos que lo rodeaban.

El centurión que nos cuenta la historia es quien recluta y entrena a un grupo muy especial: «los lobos», jóvenes soldados nacidos del trauma. Son hijos de legionarios caídos en la masacre de Teutoburgo, y llevan en la sangre tanto la memoria de sus padres como el deseo de venganza. La conexión entre Quinto y estos muchachos es una de las partes más emocionantes de la novela: los forma, los guía y los protege como a sus propios hijos.

Uno de los momentos más extraños, por lo que ello conlleva, es la aparición del pequeño Cayo, el futuro Calígula. Manfredi lo retrata como un niño querido por los soldados, que corretea entre las tiendas vestido con su miniatura de armadura. Es imposible no estremecerse pensando en lo que llegará a ser. La novela no lo anticipa de forma obvia, pero deja sembrada una inquietud sutil.

A lo largo del libro, la lealtad es el gran tema: a la familia, al ideal de Roma, al propio deber. Germánico es un líder respetado, generoso y justo. Pero esas mismas cualidades despiertan recelos en Roma, especialmente en la figura de Tiberio, cuya presencia es constante aunque lejana, como una sombra amenazante. ¿Fue su muerte un accidente… o el resultado de una política venenosa? Manfredi no lo dice, pero el lector siente el filo de la sospecha.

Uno de los momentos más extraños, por lo que ello conlleva, es la aparición del pequeño Cayo, el futuro Calígula. Manfredi lo retrata como un niño querido por los soldados, que corretea entre las tiendas vestido con su miniatura de armadura.

El vínculo entre Quinto y Germánico, como el que tiene con sus «lobos», es un canto a la fidelidad silenciosa, a esa forma de heroísmo que no necesita gloria. El contraste con la decadencia moral de Roma es evidente. Por eso duele tanto ver cómo se apaga esa luz, cómo el poder va erosionando lo que aún queda de noble.

En cuanto a la ambientación: es Roma, sí, pero también Germania, Siria, el interior de los campamentos, las tensiones entre tribus, los templos, las calles, el Senado… Todo contado con esa mezcla de precisión histórica y calor de elogio a su amado imperio romano, lo que caracteriza a Manfredi. No es solo un viaje por el imperio; es un viaje emocional por una época que aún nos interpela.

En resumen…

«Germánico» no es solo una novela sobre un general olvidado, que pudo ser emperador pero que perdió la vida antes de ello y cuando todo lo tenía a su favor. Es un relato sobre la dignidad frente a la corrupción, sobre la fuerza del recuerdo (encarnada en esos jóvenes «lobos») y sobre cómo la Historia muchas veces castiga a quienes actúan con rectitud. Me ha gustado bastante y enganchado desde la primera página. Una lectura imprescindible para amantes de la novela histórica y de los personajes que se quedan contigo.

Podemos conocer mejor la obra leyendo un fragmento en este enlace con el que nos obsequia Grijalbo en su web.

 

 

Fuente de la imagen de Valerio Massimo Manfredi: La Historia en mis Libros.

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