La legión romana (y II)
Al día siguiente fuimos al médico, quién le mandó pruebas. Nos dijo que las migrañas podrían tener muchos causantes, que no debíamos preocuparnos en exceso aunque estas eran constantes. Le dio unos potentes analgésicos y quedamos en acudir de nuevo a consulta cuando estuvieran los resultados de las pruebas.
Pasamos quince días más o menos tranquilos. Las migrañas, aunque no habían desaparecido, eran menos numerosas y más leves. No volvimos a hablar de aquella patrulla romana que había acampado en nuestro jardín y yo me reafirmé en mi teoría del sonambulismo de mi esposa o en una especie de alucinación, fruto de los dolores de cabeza, los calmantes y el sueño. Mary volvía a sonreír, se la veía más relajada, más tranquila.
Todo acabó una noche en que yo me había acostado pronto porque tenía que madrugar al día siguiente. Mary se había quedado en el sofá, tumbada, acabando de ver una película. Cuando terminó, se dirigió hacía el baño colindante a nuestra habitación para lavarse los dientes. No encendió la luz para no despertarme y se apañó con lo que le entraba a través del pequeño ventanuco que había en el aseo. Cuando se enjuagó la boca, mirándose al espejo vio como en éste se reflejaba una forma que desde la distancia se iba acercando. Mary, aterrada por la aparición, gritó y la citada visión se desvaneció. Yo me desperté y, como ya había hecho en otra ocasión, la llevé hasta la cama y le di un tranquilizante. Empecé a preocuparme, Mary estaba sufriendo alucinaciones, ¿serían consecuencia de lo que quiera que tuviera en su cabeza?.
Estas apariciones se fueron sucediendo a lo largo de la siguiente semana. Mary seguía aterrorizándose cada vez que sucedía. Hubo una ocasión en que se asustó aún más, si es que eso era posible. Me contó que la figura llegó a alcanzarla, que la vio bien. Era una mujer joven, peinada con un moño bajo y pesado sobre la nuca y con cintas púrpuras enredadas en él y una túnica en tonos azules prendida en el hombro. Una mujer que debía ser bella pero que en el momento de su visión tenía profundas ojeras y una sonrisa macabra en sus labios.
Por fin fuimos al médico para conocer el resultado de las pruebas. No pudieron ser más nefastos. Mary tenía un tumor en el hemisferio derecho del cerebro y podía ser el causante de las alucinaciones que Mary estaba sufriendo. El doctor nos dijo que era operable, requeriría de sesiones de quimio después pero las expectativas eran realmente buenas. Nos animó a no decaer, a luchar. Yo, que de siempre he sido una persona optimista, no cejé nunca en el empeño de tener siempre levantado el espíritu de Mary. El espíritu.
Una mañana de sábado, nunca olvidaré que día era, Mary me despertó y me dijo que tenía que hablar conmigo. Nos sentamos en la cama y tomamos el café cargado -como a mí me gustaba- que ella había preparado.
– Voy a morir-me dijo. Me quedé espantado ante su serenidad al pronunciar esas palabras.
– No digas tonterías, amor, no vas a morir. El médico dijo que no había problemas, que no tenía por qué haber complicaciones – le contesté yo.
– Déjame hablar- continuó. Entonces me narró lo que yo os voy a contar ahora. La misteriosa joven romana de sus alucinaciones la había visitado de nuevo aquella noche. La había tocado y le había dicho que iba a morir. Me contó que la tranquilidad y el sosiego de este personaje lo había sentido dentro de sí y no estaba preocupada ni tenía miedo. Era el paso último antes del comienzo de una nueva vida. Sus palabras y su serenidad me helaron la sangre.
Los días previos a la operación fueron frenéticos. A los típicos ajustes de última hora se sumaron las visitas al notario y despedidas a familiares y amigos que Mary se empeño en realizar. No dejaba de asombrarme la actitud de mi esposa y en cierto momento llegué a preocuparme.
No sé cómo pasó, pero estaba yo en la sala de espera del hospital cuando el cirujano que estaba operando a mi esposa salió por la puerta que conducía a los quirófanos y quitándose la mascarilla se acercó a mí. Mary había muerto.
No volví a recordar aquella patrulla o legión romana que se paseó por el jardín de mi casa, tampoco a aquella joven que visitaba a mi esposa en la oscuridad de la noche. No volvía a acordarme de ello hasta que un día, años de después, al abrir el periódico vi en las páginas centrales un reportaje sobre un yacimiento arqueológico del siglo ! apenas a 10 minutos en coche desde mi casa. Los vestigios de un asentamiento romano, de cuando los romanos invadieron Gran Bretaña. Aquella patrulla romana….
Si, eso!!! ¡A leer cosas más alegres!
Un besito. 🙂
A pesar de su triste final me ha gustado la historia. Gracias por compartirla.
Besos.
En un momento pensé que hablabas de vos, porque hablas en primera persona. Que susto!!
Muchas penas…. paso de este tipo de libros. Para eso prefiero leer cosas alegres.
Te mando un besote muy, muy grande!!
Pues nada, Letí… ¡a leer cosas más alegres! jejejej